• 25/11/2025
  • Escrito por Jose Abellan

Aunque solemos pensar en el estrés como algo malo, en realidad le debemos mucho. El estrés es lo que nos ha permitido sobrevivir como especie. Gracias a él puedes reaccionar rápido ante un coche que se aproxima, esquivar un peligro o cuidar de alguien que necesita ayuda urgente.

El estrés, en esencia, es una respuesta fisiológica diseñada para protegerte. Activa tus defensas, prepara a tu corazón, a tus pulmones y a tu cerebro para responder ante una amenaza.

El problema es que tu cuerpo no ha cambiado, pero tu entorno sí. Hoy ya no te persiguen depredadores, pero sí correos urgentes, notificaciones y preocupaciones constantes. Ya no hay tantos peligros físicos, sino estresores psicológicos y sociales, más sutiles pero más persistentes. Y eso confunde a tu organismo, porque su respuesta es la misma: se prepara para huir o luchar, incluso cuando lo único que tienes delante es un problema en el trabajo o una discusión en casa.

En realidad, el estrés no es inherentemente negativo; puede ser positivo (eustrés) o negativo (distrés). El eustrés puede motivarnos y mejorar nuestro rendimiento, mientras que el distrés se prolonga en el tiempo y puede tener efectos perjudiciales en nuestra salud.

Sin embargo y como hemos comentado, el verdadero quiz de la cuestión yace en que la respuesta de tu cuerpo es similar independientemente del tipo de estrés, modificando la liberación de hormonas como el cortisol y las catecolaminas y la activación de tu sistema nervioso simpático.

 

¿Qué le ocurre a tu cuerpo con el estrés?

Mira, cuando estás frente a una situación estresante, tu cerebro y sistema nervioso simpático activan diversas respuestas fisiológicas:

  1. Liberas cortisol y catecolaminas: Estas hormonas se distribuyen desde tus glándulas suprarrenales, y aumentan tu frecuencia cardiaca y la fuerza de contracción de tu corazón, elevando así la presión arterial. Por otro lado, provocan vasoconstricción, aumentando más aún la presión arterial para asegurar un flujo sanguíneo adecuado a los órganos vitales como tu corazón, tus pulmones, tu cerebro y tus músculos. Y además, aumentan tu capacidad de formar trombos, con el objetivo de que si te lesionas, una presumible hemorragia se solucione y no te mate.
  2. Aumenta tu capacidad respiratoria: El estrés aumenta la frecuencia respiratoria y la capacidad de tus pulmones, permitiendo una mayor extracción de oxígeno de cada bocanada de aire.
  3. Retienes más líquido: Disminuyes la creación y expulsión de orina, lo que aumenta tu presión arterial y asegura el flujo en tus órganos vitales.
  4. Aumento de glucosa en sangre: Tu hígado libera más glucosa en la sangre para que a tus músculos y cerebro no les falte energía. A la vez, los órganos no vitales presentan una mayor resistencia a la insulina, porque así se asegura que haya suficiente glucosa para los órganos que sí la necesitan (principalmente, músculos y cerebro).
  5. Dilación de tus pupilas y aumento de concentración: Tus pupilas se dilatan para permitir una mayor entrada de luz y mejorar la visión, mientras que la capacidad de concentración aumenta, permitiendo una mejor focalización en el problema inmediato.

 

Como verás, todos estos cambios son fundamentales y ayudan a lidiar y sobrevivir en situaciones de emergencia, como enfrentarse a un depredador o escapar de un peligro inmediato. Pero si lo piensas, lo que está ocurriendo es:

  • Aumento de la presión arterial.
  • Aumento de resistencia a la insulina.
  • Aumento de frecuencia cardiaca y demandas del corazón.
  • Aumento de la capacidad de formar trombos.

¿A qué te suena esto? Efectivamente, a un aumento del riesgo cardiovascular, al riesgo de sufrir problemas en las arterias, en tu circulación y en tu corazón.

 

¿Cómo afecta el estrés a tu circulación?

A largo plazo, todos estos cambios alteran la circulación. Dicho de otro modo: el estrés no solo acelera tu corazón, también cambia la forma en que la sangre fluye por tu cuerpo. Y cuando esa tensión se cronifica, las arterias dejan de comportarse como conductos elásticos y empiezan a funcionar como tuberías rígidas, menos capaces de adaptarse a cada latido.

La explicación a todo esto yace en que de manera crónica, el estrés tiene un efecto directo en nuestro sistema cardiovascular. Desajusta y desequilibra el sistema nervioso autónomo y la liberación de hormonas, lo que provoca:

  1. Hipertensión y resistencia a la insulina: El aumento crónico de cortisol y hormonas del estrés provoca hipertensión y resistencia a la insulina, lo que puede dañar tus arterias y aumentar el riesgo de que crees placas de colesterol en las mismas. Además, aumenta la probabilidad de desarrollar diabetes tipo 2, lo que también es un factor de riesgo cardiovascular.
  2. El flujo sanguíneo se vuelve más turbulento, lo que favorece microlesiones en las paredes arteriales.
  3. Aumento de la capacidad de formación de trombos. El estrés aumenta el nivel y potencia el efecto de diversos factores de coagulación, así como aumentan los niveles de fibrinógeno y plaquetas activadas, haciendo la sangre más tendente a formar trombos y problemas vasculares, o dicho de otro modo, más “pegajosa”, algo muy relevante cuando hablamos de enfermedad de la circulación.
  4. Fuerza una mayor demanda cardiaca: Al aumentar de manera crónica el tono del sistema nervioso simpático, el corazón se “exprime” de manera persistente, pues lo forzamos a trabajar más. Esto puede disminuir el umbral para desarrollar arritmias y reducir la relajación de las arterias del corazón, haciéndolas más propensas a dañarse y promoviendo la formación de placas de ateroma.
  5. Disfunción del sistema inmune: El cambio del ambiente hormonal tiene también el potencial de afectar a tu sistema de defensa, que en este contexto provoca una inflamación crónica de bajo grado. Esto, que por un lado te hace más vulnerable ante infecciones (¿no te has fijado que tras una época de estrés, muchas veces pillas un catarro?), es un factor clave en el desarrollo de la aterosclerosis y otras enfermedades cardiovasculares.

 

Y de hecho, sabemos que las personas con estrés crónico tienen un 40-50& más riesgo de sufrir un infarto de corazón y más riesgo de enfermedad arterial periférica y de patología de las venas. La relación, además, parece dosis-dependiente.

 

Señales que pueden indicar que el estrés afecta a tu circulación

El estrés no siempre se manifiesta como algo evidente. Sobre todo, cuando afecta a tu circulación. Algunos signos que pueden indicar que el estrés está alterando tu circulación son:

  • Manos y pies fríos. La vasoconstricción crónica reduce el flujo sanguíneo a las extremidades.
  • Palpitaciones o sensación de “latidos en el cuello”. Son consecuencia del aumento de la frecuencia y fuerza de contracción cardiaca.
  • Mareos o sensación de “cabeza embotada”. La presión arterial puede fluctuar con los picos de adrenalina.
  • Cefaleas tensionales. El aumento del tono muscular y vascular en la cabeza y cuello puede ser reflejo de un estrés mantenido.
  • Enrojecimiento facial o palidez repentina. Son reflejos vasomotores relacionados con cambios bruscos en la circulación cutánea.
  • Hinchazón o pesadez en piernas. El cortisol altera la retención de líquidos y puede modificar la presión venosa.

Estos síntomas, aunque inespecíficos, pueden ser señales de alerta. No significan que tengas una enfermedad cardiovascular seguro, pero sí que te pueden poner en alerta para una valoración médica cuidadosa, que podría detectar problemas en la circulación.

 

Cómo reducir el impacto del estrés sobre la salud circulatoria

El objetivo no es eliminar el estrés, sino aprender a gestionarlo. Porque, como decíamos al principio, el estrés no es el enemigo.

Algunas estrategias basadas en evidencia para proteger tu sistema cardiovascular son:

  1. Ejercicio físico regular. El mejor modulador del sistema nervioso autónomo. El ejercicio aeróbico (caminar, correr, nadar, montar en bici) y el de fuerza reducen el tono simpático, mejoran la sensibilidad a la insulina y ayudan a normalizar la presión arterial. Lo ideal: al menos 150 minutos semanales de actividad moderada, más dos sesiones de fuerza.
  2. Descanso adecuado. Dormir menos de 6 horas de forma crónica eleva el cortisol basal y aumenta el riesgo de hipertensión. Mantén horarios regulares y evita pantallas y estimulantes en las horas previas al sueño.
  3. Técnicas de respiración y relajación. Respirar de manera lenta y profunda (4 segundos de inspiración, 6 de espiración) activa el nervio vago y favorece la vasodilatación. También la meditación, el mindfulness o la oración reducen los niveles de catecolaminas y modulan el eje hipotálamo-hipofisario.
  4. Conexión social y apoyo emocional. El aislamiento social se asocia a mayor mortalidad cardiovascular. Unas relaciones sociales fuertes, reales y compartir con otros amortigua la respuesta fisiológica al estrés.
  5. Alimentación equilibrada. Rica en frutas, verduras, legumbres, omega-3 y con bajo contenido en ultraprocesados, todo ello ayuda a reducir la inflamación sistémica y mejora la función endotelial.
  6. Valoración especializada. Para mejorar tu gestión del estrés hay abordajes psicológicos y del comportamiento, e incluso algún tratamiento para potenciarla. De hecho, algunas terapias guiadas por profesionales ayudan mucho. No tengas dudas a la hora de buscar ayuda. Hay profesionales muy cualificados que pueden ayudarte.

 

Cuándo consultar a un profesional

El estrés es parte de la vida, pero cuando empieza a manifestarse de forma persistente en tu cuerpo —taquicardias, insomnio, tensión alta o agotamiento constante— conviene ponerle nombre y dirección.

Debes consultar si:

  • Tienes más de un síntoma o más de una señal de las que hemos comentado en el apartado anterior.
  • Notas palpitaciones frecuentes, opresión torácica o dificultad para respirar.
  • Tu presión arterial se mantiene elevada durante varias semanas.
  • Sufres mareos, cefaleas o alteraciones visuales recurrentes.
  • Experimentas ansiedad, insomnio o irritabilidad que afectan a tu vida diaria.

En conclusión, el estrés no es solo una sensación. Es una cascada fisiológica con repercusiones reales sobre tu corazón y tu circulación. No podemos evitarlo, pero sí podemos entrenar la manera en que lo gestionamos. Porque cuidar tu circulación empieza mucho antes de que tu sangre fluya: empieza en cómo respiras, cómo duermes y cómo vives.

 

Referencias bibliográficas

  1. Chandola T, Britton A, Brunner E, Hemingway H, Malik M, Kumari M, Badrick E, Kivimaki M, Marmot M. Work stress and coronary heart disease: what are the mechanisms? Eur Heart J. 2008 Mar;29(5):640-8. doi: 10.1093/eurheartj/ehm584. Epub 2008 Jan 23. PMID: 18216031.
  2. Dong T, Cheng YW, Yang F, Sun PW, Zhu CJ, Zhu L, Zhang GX. Chronic Stress Facilitates the Development of Deep Venous Thrombosis. Oxid Med Cell Longev. 2015;2015:384535. doi: 10.1155/2015/384535. Epub 2015 Oct 20. PMID: 26576222; PMCID: PMC4630420.
  3. Malik AO, Peri-Okonny P, Gosch K, et al. Association of Perceived Stress Levels With Long-term Mortality in Patients With Peripheral Artery Disease. JAMA Netw Open. 2020;3(6):e208741. doi:10.1001/jamanetworkopen.2020.8741
  4. Steptoe A, Kivimäki M. Stress and cardiovascular disease. Nat Rev Cardiol. 2012 Apr 3;9(6):360-70. doi: 10.1038/nrcardio.2012.45. PMID: 22473079.