• 27/05/2024
  • Escrito por Jose Abellan

La enfermedad cardiovascular es la gran pandemia de nuestra era. Con 17,9 millones de vidas cobradas cada año, constituye la principal causa de muerte en el mundo. Casi 1 de cada 3 personas fallecen por enfermedad cardiovascular. Dentro de éstas, el 80% fallecen por enfermedad en las arterias del corazón o por accidente cerebrovascular (ictus), y de éstas, 1 de cada 3, antes de los 70 años. No obstante, la enfermedad cardiovascular, es más que el infarto y el ictus.

¿Qué es la enfermedad cardiovascular?

Entendemos como enfermedad cardiovascular al conjunto de patologías y enfermedades que afectan de manera significativa al corazón y/o a los vasos sanguíneos. Así, el infarto de corazón, la enfermedad cerebrovascular y la insuficiencia cardiaca son enfermedad cardiovascular, pero también lo es la enfermedad arterial periférica, que es la enfermedad que afecta a las arterias de los miembros inferiores, y que es particularmente invalidante.

Y de hecho, la mayoría de patologías cardiovasculares son consecuencia de la disfunción y enfermedad crónica y progresiva de nuestras arterias, y cuya etiología es particularmente conocida. Es la llamada aterosclerosis. Esta ocasiona la disfunción de las arterias con posterior génesis y acúmulo en la pared arterial de lo que se conoce como placas de ateroma, que dificultan y obstruyen el flujo sanguíneo hacia un determinado órgano y además suponen un riesgo de trombosis arterial que produce una oclusión abrupta del torrente sanguíneo a dicho nivel.

 

¿Por qué enferman nuestras arterias?

Si atendemos a la definición más clásica, la aterosclerosis es el proceso por el cual se forman placas con acúmulos de colesterol, grasa, células inmunitarias como los macrófagos y en última instancia calcificación en la pared de las arterias, y que genera un endurecimiento de la arteria y una dificultad para que el sistema vascular lleve a cabo sus funciones, que son:

  • Transporte. De sustancias y hormonas entre órganos, tejidos y sistemas.

  • Respiración. Permite llevar oxígeno a todas las células del organismo y dióxido de carbono de éstas a los pulmones, permitiendo el intercambio gaseoso, la respiración.

  • Nutrición. Distribuye los nutrientes a todas las células del cuerpo.

  • Metabolismo. Permite que las hormonas secretadas por ciertas glándulas alcancen su órgano objetivo, así como facilita que algunas sustancias alcancen el hígado para su metabolización.

  • Limpieza. Transporta productos de desecho para su eliminación por la orina.

  • Defensa. Protege a todo el organismo de agresiones de químicos y otros seres vivos, haciendo circular a las células y anticuerpos del sistema inmune.

La aterosclerosis dificulta e incluso impide que estas funciones se den con normalidad. Se tiende a pensar en la aterosclerosis así, como esas placas de colesterol y calcificadas que pueden obstruir la luz del vaso, o romperse dando lugar a un trombo que puede ocluir el vaso in situ o viajar hasta otra parte del flujo arterial, donde puede bloquear el paso de sangre. Pero la realidad es que el proceso aterosclerótico suele tardar años en formar placas de ateroma, y la enfermedad de las arterias ya tiene lugar mucho antes de que las placas de ateroma empiecen a dar problemas.

De hecho, es ya en su primera fase cuando las arterias, aún sin problemas de obstrucción al flujo, experimentan alteraciones que pueden comprometer su función. Este estado inicial se conoce como disfunción endotelial, porque es la enfermedad y fallo de la función de la pared más interna de nuestras arterias, llamada endotelio.

La medicina clásica ha entendido y ha intentado explicar la aterosclerosis desde su protagonista más evidente: el colesterol. Pero esto es como intentar explicar los accidentes de tráfico estudiando únicamente los automóviles. Los coches no provocan accidentes, solo son una parte fundamental del mismo. Hay muchos más actores y factores relevantes en este proceso.

La aterosclerosis es profundamente compleja, donde cientos de mediadores histoquímicos y moleculares juegan un papel, pero de manera muy sintetizada y a tenor de la evidencia disponible, podríamos asegurar que bajo el fundamento y cimiento de la enfermedad aterosclerótica yace un desequilibrio proinflamatorio y una disfunción de nuestro sistema metabólico e inmunológico. Esta es la realmente la base de la enfermedad cardiovascular.

Porque cuando presentamos un estado proinflamatorio, se dificulta la reparación y mantenimiento de la pared más interna de nuestras arterias, generando una respuesta exagerada y desproporcionada ante cualquier agresión, algo que ocurre diariamente. El resultado es la formación de placas de ateroma (mal llamadas de colesterol). Es así como se genera la base de la enfermedad cardiovascular.

El colesterol, por tanto, no el culpable. El colesterol causa placas de ateroma, pero el colesterol no las forma por sí mismo. Un estado proinflamatorio “le abre la puerta” al colesterol. Una disfunción inflamatoria es el verdadero origen de la enfermedad aterosclerótica cardiovascular.

Hábitos y factores de riesgo cardiovascular modulan el equilibrio pro/anti inflamatorio

Es una noticia buenísima. Tus hábitos como una mala alimentación, el sedentarismo, la falta de descanso, o patologías como el síndrome metabólico, la hipertensión o la diabetes generan este estado de inflamación crónica de bajo grado. También funciona al revés: sabemos que mejorar tus hábitos disminuye la inflamación crónica de bajo grado, así como disminuye el riesgo de infarto. Por tanto, podemos vivir con un estilo de vida que nos proteja de la enfermedad cardiovascular.

No obstante, es más que probable que la enfermedad cardiovascular ya haya empezado a progresar en nuestro organismo. En este caso, ¿qué podemos hacer?. Centrémonos en una de las más frecuentes e invalidantes, la enfermedad arterial periférica.

 

¿Qué es la enfermedad arterial periférica?

La enfermedad arterial periférica (EAP) es la patología en la que las arterias que suministran sangre a las extremidades se estrechan o se obstruyen, dificultando o impidiendo el suministro de oxígeno y nutrientes a las extremidades. Su base es, efectivamente, la aterosclerosis, el acúmulo de placas de ateroma. Aunque la EAP puede afectar cualquier parte del cuerpo, es más frecuente en las piernas, por la longitud de estos vasos sanguíneos.

 

Síntomas de la enfermedad arterial periférica

Los síntomas de la EAP pueden variar significativamente de una persona a otra, y van desde la ausencia de síntomas, al dolor invalidante que impide realizar incluso ejercicio leve.

El síntoma típico es la claudicación intermitente, que se caracteriza por dolor, calambres o fatiga en las piernas que ocurre durante el ejercicio y se alivia con el reposo. Otros síntomas pueden incluir debilidad en las piernas, cambios en el color de la piel, disminución de la temperatura de las extremidades afectadas, y en casos severos, úlceras o heridas que no cicatrizan bien.

 

Cómo cuidar tus arterias

Tanto para prevenir como para mejorar la EAP, lo más importante es adoptar un estilo de vida saludable, que disminuya el riesgo de inflamación crónica y aterosclerosis:

  • Dejar de fumar: El tabaquismo es un factor de riesgo muy importante para la EAP (y para otras enfermedades vasculares).

  • Alimentación natural: Consumir una dieta rica en frutas, verduras, cereales integrales y sobre todo sin ultraprocesados, baja en sal y azúcares añadidos reduce el riesgo de aterosclerosis. Los alimentos ricos en omega-3, como el pescado azul, sabemos que también ayudan a disminuir la inflamación crónica y a mejorar la salud cardiovascular.

  • Ejercicio regular: La actividad física mejora la circulación y promueve la salud de las arterias. En este caso, sobre todo la actividad aeróbica, como puede ser caminar, bicicleta o natación. Todo ello mejora la resistencia y la circulación en las piernas.

  • Gestión del estrés crónico: El estrés puede exacerbar muchas condiciones de salud, incluida la EAP. Técnicas de reducción de estrés como la meditación, el yoga y la respiración profunda pueden ser herramientas útiles para manejar el estrés diario.

  • Evitar el frío extremo: Sobre todo cuando ya hay diagnosticada una EAP, puesto que la temperatura fría puede contraer los vasos sanguíneos y empeorar los síntomas. Vestir ropa adecuada que ayude a templar puede ayudar a mantener la circulación en condiciones óptimas.

  • Controlar los factores de riesgo cardiovascular: Es importante mantener bajo control la diabetes, la hipertensión arterial y el colesterol alto, con medicación cuando es necesaria, y por supuesto con buenos hábitos como los descritos.

  • Medicación: Hay tratamiento farmacológico que puede mejorar la circulación cuando ya existe una EAP significativa, que ayuda a reducir los síntomas y prevenir complicaciones.

  • Cuidado del pie: Cuando ya hay EAP, es importante llevar a cabo inspecciones regulares y cuidados adecuados del pie para prevenir heridas o úlceras.